11 marzo 2008

Asistencia a Suicida

Abril 2003 (carta por mail)

Hola amigos,

Les quiero compartir una particular experiencia que me sucedió el día lunes.

Llegué a la oficina temprano, a las 9.30. Alrededor de las 10.30, cuando iban llegando el resto de mis compañeros, se escucha un ruido muy fuerte.

Algunos salieron corriendo a mirar por la ventana. No se porqué me quedé donde estaba. Ellos volvieron con un rictus transfigurado en el rostro.

Una mujer joven se tiró del edificio de al lado.

(El edificio donde estoy trabajando estos días tiene la particularidad que, junto con las torres vecinas, no están sobre la línea de la vereda, sino que forman un gran semicírculo con una fuente grande en el centro. Debajo de las torres, un centro comercial con restaurantes, bancos, etc. La mujer quedó entre la fuente y la entrada de nuestro edificio.)

Todos estaban conmovidos. En un instante algo en mí decidió que bajara para hacer la Ceremonia de Asistencia y no opuse resistencia, me dejé llevar.

El cuerpo, en esos pocos segundos ya estaba cubierto con un nylon negro semitransparente.

Me dirigí segura a un grupo de tres policías y les dije, con la mirada sobre la de uno de ellos, como penetrándolo: -¿puedo Asistir a la chica?

Y sin mediar un segundo, como hipnotizado, el que parecía "el capo" me contestó que Sí.

Me acuclillé al lado de los restos, cerca de la cabeza, corrí el nylon que la cubría y con el Libro del Mensaje en una mano y la otra en el corazón, hice la Ceremonia con todo el tiempo del mundo, sin tiempo. Una vez. Y me pareció necesario repetirla. Así lo hice, como quisiera que hicieran conmigo si me tocara vivir esa circunstancia.

Nadie me molestó.

Algo pasaba, algo sentía. No les puedo explicar bien qué, ni si era de afuera o de adentro de mí.

Me sentía trasladada de tiempo y lugar. De afuera, sólo el murmullo del agua de la gran fuente y el sol de la mañana.

Como algunos saben, la Asistencia es una experiencia de mucho afecto. En ella se va guiando a la reconciliación, a la paz y a un nuevo rumbo.

Cuando terminé, me paré y vi que estaba rodeada por una valla amarilla formando un gran círculo a una considerable distancia. Nadie más dentro de él.

Saludé con un gesto al policía y me fui. Ninguno me hizo preguntas.

Durante ese día y los siguientes tuve algunos particulares registros, supongo por la copresencia de la muerte y el sentido de la vida en mi mente y, por otro lado, a la conmovedora sensación experimentada durante la Asistencia. Eran oleadas de fuerza creciente que traspasaban mi cuerpo y todo mi ser, a la altura del corazón.

Por la noche, reflexionando sobre lo ocurrido, descubrí dos cosas. Una: en ningún momento me causó impresión el cuerpo, ni la "muerte" misma. Y la otra: la certeza interna de haber ayudado.

Que estén todos muy bien.

Fabiana.
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Le escribí a Silo para comentarle la experiencia y consultarlo. Le pregunté si puede un ser que se suicida integrar, transferir, reconciliarse, si puede uno ayudarlo. Porque sentí que fue algo profundamente bueno; pero también que a la vez venimos de una cultura donde, sin saber muy bien el porqué, se condenan acciones que tal vez solo merecen de nuestra mayor bondad.¿Cómo no merecerán la bondad de lo bondadoso con más razón? ¿Cómo explicarle a mi corazón la creencia de una condena final si nunca había sentido una experiencia tan amorosa? Algo no encajaba. La respuesta de Silo, fue el hilo que unió, de una puntada, mis partes. Dijo:

La Asistencia es buena para todos, aún para los suicidas, porque ¿quién sabe que pasa en la mente de esa persona en esos instantes? Y, desde luego, puede ser una maravillosa experiencia personal de comunicación con una vida que termina o que tal vez comienza”.

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Enero 2006

En aquel momento, cuando escribí este mail, fue con la necesidad de que llegara lejos esta esperanza, que fuera una insinuación para que todos pudieran percibir, aunque más no fuera, un halo, una brisa, del regalo que recibí aquel día... que esa brisa pudiera remontarlos y ver por sí mismos aquellos espacios que "visitamos" en la Guía del camino ascendente. El encuentro con ella y aquellos paisajes eran lo más real que había visto en mi vida.

Y allí, en la entrada, nosotras nos despedimos en el mejor de los abrazos.

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